martes, 26 de mayo de 2009

Película Recomendada: La sangre brota


Hace cerca de dos años, Pablo Fendrik deslumbró con una película inusual para el cine argentino: El asaltante. Con el sello de su trabajo de cámara en mano, latiendo al compás de su protagonista, un refinado ladrón, la construcción de sus personajes, y la elaboración de una atmósfera inquietante y plagada de tensión, en tiempo real, no quedaron dudas de que se estaba en presencia de un talento. Reclutado por el prestigioso festival de Cannes, Fendrik pudo superar algunos inconvenientes pero logró llevar a cabo la elaboración de su segundo proyecto, La sangre brota, recientemente estrenado en la cartelera de Buenos Aires.

Despojado de todo estereotipo, el realizador presenta un film asfixiante y perturbador desde el primer minuto hasta el último. Es la historia paralela de dos personajes, un padre y su hijo, que deambulan por la ciudad como pueden, uno tratando de contener una furia desesperada, el otro intentando escapar , de su casa, de su novia, de una ciudad que no le ofrece respiro. Pero más allá del silencioso recorrido que Fendrik elabora sobre el interior de sus protagonistas, se trata de una película que deja describir la violencia que aflora en cada esquina, en cada rincón, en cada uno.

La trama es siempre sucia, pero más allá de algunos detalles, se preserva bien cuidada, y la cámara, casi siempre en mano, toma preferentemente ángulos cortos. No hay espacio. La perspectiva se agota en el plano detalle. Hay mucho tránsito en la ciudad. Hay puertas que se cierran. Hay viajes en taxi con pasajeros alocados. El encierro se palpita en cada secuencia. Mientras avanza, la narración se vuelve más perturbadora. Surgen personajes extraños, de mundo turbios y con secretos nublosos, que conviven con los protagonistas. No se sabe bien por qué, pero se respira tensión, se huele que algo está por estallar. La violencia se concibe desde adentro hacia afuera. Las dos historias paralelas ofrecen escenarios grises. El padre, cada vez más serio, cada vez más enojado, sigue intentando frenar su desborde, su amante le hace masajes, escucha cintas de autoayuda. Probablemente no le alcance con eso.

El hijo, por su parte, adicto a las pastillas, casi siempre fuera de foco, ojos desorbitados, aspecto sucio pero a la vez seductor, intenta conquistar una adolescente repartidora de volantes, se la quiere llevar consigo bien lejos. Entre sus andanzas, y en medio de sus viajes, no advierte que otra chica, tal vez una amante enamorada, está dispuesta a todo para quedarse con él. El montaje agiliza los tiempos narrativos, las escenas fluyen vertiginosamente, el tiempo se disuelve. La violencia no puede disimularse por siempre, simplemente porque es una energía que desborda al hombre. Entonces, cuando todo se desencadena, el título encuentra su justificación. Y la sangre, brota.

Podés verla, con entrada muy barata y descuentos a estudiantes, en el Espacio INCAA Gaumont
Rivadavia 1635

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