martes, 8 de julio de 2008

Crónica de un sábado ricotero en Tandil

Iba a ser un sábado especial, inolvidable. El Indio Solari se presentaba en el hipódromo de Tandil y toda la mística ricotera, materializada en personas, se suponía, se trasladaría hacia ahí para seguir construyendo mitos y celebraciones. Hernán, amigo de Estudio Urbano, fue uno de los 50 mil que acompañaron. Era la primera vez que salía fuera de la ciudad a para ser parte de un recital del Indio. Tampoco había salido para ir a ver a los Redondos, en sus clásicas y multitudinarias excursiones por diferentes puntos del país.

Se sumó con algunos amigos a otro amigo que había alquilado una combi para que los llevara y los trajera una vez finalizado el recital. La movida le costó 80 pesos. La entrada al concierto, 60. Viajaron temprano el sábado. Pasado el mediodía ya estaban en la convulsionada e invadida Tandil. Mucha gente. Mucho clima. Muchos jóvenes empezando a palpitar y a disfrutar lo que vendría. La ciudad preparó una colorida feria de comidas. Hernán se comió un choripán. Luego fue a la plaza y tambien paseó: hasta conoció la falsa piedra movediza, símbolo del lugar.

Los almacenes se quedaron sin bebidas. Las plazas y las calles desbordaban de jóvenes que charlaban entre sí, que comían algo, que descansaban tirados. No hubo problemas, no hubo una pelea, no hubo "ninguna secuencia rara ni fea", confesó algo sorprendido Hernán. El recital empezaba a las 9, pero mucho antes ya estaba en el hipódromo esperando que la voz del Indio irrumpiera su alma. No había plateas ni tribunas diferenciales: todo era un inmenso, infinito campo. Como en Woodstock pero mejor, y en Argentina. Hasta había pantallas gigantes de excelente calidad, para los que quedaban más lejos. La gente fue copando de a poco el espacio. La energía positiva de una masa dispuesta a celebrar la música se empezaba a hacerse sentir.

Y en un momento el Indio salió. Pelado como siempre. Con los anteojos de siempre. Estaba algo mal de la voz, confesó. Le pidió a la gente que lo ayudara cantando las canciones. La fiesta empezó. Sonaban las canciones del buen último disco del ex líder ricotero, Porco Rex. Pero nada fue igual a partir de "La hija del fletero", el primer clásico de los Redondos que hizo estallar Tandil. Hernán recuerda y dice, sin fanatismo pero con pasión y deslumbramiento: "no se podía creer lo que era eso. El Indio tocó temazos que sonaron increíbles". Hay muchos tipos de fiestas, pero la fiesta, entendida como celebración de la vida, como el momento en que los cuerpos se agitan, en que la música nos amiga con el otro, con el mundo, ese tipo de fiesta, se vivió una vez más con el Indio Solari arriba de un escenario.

También sonó "Juguetes perdidos", esa inagotable canción que cada vez que se escucha afloja corazones y enciende bengalas. Y en algún momento el recital terminó. En algún momento, Hernán y sus amigos volvieron a la combi que los esperaba. Se subieron. Se durmieron antes de poder abrir una cerveza más, exhaustos. Y llegaron, cada uno, a sus casas. La fiesta había terminado. Empezaba el domingo, que sin dudas, no iba a ser igual al resto de los domingos.

Foto: www.tktbox.com/view/IMGFL/749/flash.png

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