Max Aguirre también tocó el tema. |
La discusión sobre la piratería y los derechos de autor en Internet no se ha detenido nunca desde que, en 1998, Napster permitió los primeros intercambios masivos de mp3. Pero últimamente, a partir de los proyectos SOPA y PIPA, adquirió un nuevo impulso.
En ese contexto, salta a la vista un caso que no proviene del mundo de la música, pero que puede servir para ampliar la discusión.
Nacido hace diez años como un blog, Orsai es hoy una revista literaria, impresa, sin publicidad, que se vende a todo el mundo sin la intervención de distribuidores, agentes ni grandes editoriales y que, al mismo tiempo que se vende -y se vende mucho-, se ofrece gratuitamente en formato digital.
Sin necesidad de idealizarlo, el proyecto, encabezado por el escritor argentino Hernán Casciari, es interesante porque interpreta los cambios que están ocurriendo en la forma de crear, distribuir y acceder a productos culturales. Muestra que hay otras formas de hacer todo eso, y que son perfectamente viables.
Hace poco, la escritora española Lucía Etxebarría anunció que no volvería a publicar libros porque "se han descargado más copias ilegales de mi novela que copias han sido compradas". En respuesta a esa declaración, Casciari escribió una nota en su blog donde explica los fundamentos del proyecto Orsai y expone su visión de los cambios que Internet está produciendo en las industrias culturales. Entre otras cosas, dice:
«El viejo mundo se basa en control, contrato, exclusividad, confidencialidad, traba, representación y dividendo. Todo lo que ocurra por fuera de sus estándares, es cultura ilegal.
«El mundo nuevo se basa en confianza, generosidad, libertad de acción, creatividad, pasión y entrega. Todo lo que ocurra por fuera y por dentro de sus parámetros es bueno, en tanto la gente disfrute con la cultura, pagando o sin pagar ».
Les recomendamos leer la nota completa. Van a encontrar varios pensamientos interesantes sobre el tema.
Un bonus track: en el video que sigue, Casciari cuenta la historia de Orsai y, mientras tanto, va dejando en evidencia las contradicciones de una industria que se resiste al cambio. Dura casi veinte minutos, pero el relato es entretenido, gracioso, inteligente y hasta emocionante. Sobre todo, sigue planteando ideas sobre las que vale la pena pensar.
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