viernes, 20 de junio de 2008

Descubriendo a Ricagno

Nuestros amigos de la revista 1000 metros bajo tierra, donde escribe nuestro profesor de cine Pablo Klapenbach, le hicieron una extensa entrevista a Alejandro Ricagno, un poeta que vale la pena descubrir. Así empieza:

¿Tragedia o estupidez? Se preguntaba Ricagno cuando le comentamos que se había perdido la primera entrevista hecha en un bar de San Telmo. Lo cierto es que de ese día, del cual sólo recordamos jirones, frases sueltas, pedazos deshilvanados de un discurso, no quedará más que un vago recuerdo: las anécdotas sobre Luca, los ochenta, década en la que "bailábamos sobre los muertos", el neogorilismo de Quintín.

Para la segunda entrevista prometió decir todo lo contrario y cumplió a medias, repitiendo algunos insultos y defendiendo algunos de sus caballitos de batalla. Lo que sí hizo es hablar hasta por los codos y abrir su discurso hasta ese espacio difuso donde lo privado y lo público se juntan. Porque Ricagno se define en su oralidad, es ahí donde aparece la poética de las tensiones que lo constituye: Ricagno es un bardo y por eso es necesario escucharlo.

El diálogo, estimulado por el alcohol, rey de la palabra y la noche, es la mezcla deliberada de chicanas, provocaciones, reflexiones lúcidas, contradicciones. Es que Ricagno no teme a la contradicción, es más, puede decirse que asume el riesgo a sabiendas de que entonces emerge un sentido que no es otro que el sentido de la carne, el cuerpo, la sangre.

Hay una didáctica y una ética ricagniana, modo de estar y accionar. Hay quienes insisten en definirlo como un ochentoso, pero Ricagno -esto es lo interesante- supera una década, una práctica o un discurso. Tal vez por eso es que elige esa marginalidad atenta, un rechazo casi programático de las formas convencionales de legitimación que tiene al alcance de su mano. No es fácil la ecuación, no se resuelve con un par de calificativos ("rebeldía", "autoboicot", "intransigencia", resultan insuficientes, torpes, escasos, para una mirada-antena capaz de leer el territorio cultural; modo de leer que implica el tiempo y el espacio, las décadas y los lugares: la poesía, el cine, el teatro, la política, siempre -en primera y última instancia- la política). Ricagno ofrece una cartografía incómoda cuyo núcleo duro es la voz, por lo que esta trascripción no puede ser menos que falsa, maniquea, insuficiente. Es lo que hay.

Así continúa.

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